Ahora es común escuchar que los mercados «corrompen nuestra moral». Este sentimiento se deriva de la falsa premisa de que la búsqueda egoísta de nuestros intereses, valores, posesiones y felicidad es despreciable, grosera, vulgar e inmoral. Las supuestas cosas «superiores» y «nobles» están más allá de nosotros mismos y más allá de esta tierra. De hecho, los mercados —ya sea que se interpreten como el intercambio de valores materiales o intangibles— cuentan con las actitudes y los comportamientos civilizados y los recompensan. Los mercados son humanizadores; encarnan la racionalidad y los valores objetivos; consagran la justicia; implican la reciprocidad; nos invitan a presentar lo mejor que llevamos dentro; nos enseñan lecciones; también condenan al ostracismo y penalizan a quienes intentan practicar los principales vicios (mentir, hacer trampa, burlarse y saquear).
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